jueves, 23 de abril de 2015

segundo regalo

Aun aturdido, abres los ojos y miras sin sorpresa las enormes paredes que te encierran.

Da igual.

No te sientes ni menos, ni más solo que afuera.

Te quedas contando los ladrillos que forman tu nueva prisión.

Hasta donde alcanzas a distinguir, cuentas doscientos cuarenta y tres…

Caray! Cada vez son más altas...

Las articulaciones comienzan a dolerte, sobre todo, las muñecas y los tobillos, te miras de reojo. Están sangrando de nuevo, no, es más bien que no han dejado de hacerlo…

Piensas en las cicatrices, no en las físicas, claro, hay heridas peores.

Vuelves a perderte en tus abismos.

Es linda. Realmente linda. Piensas.

Mide uno setenta, tiene el cabello más negro que hayas visto y sus ojos cafés. Tiene la piel muy blanca y los pezones claros, tiene un lunar en la boca y no puede ocultarlo ni con maquillaje, te encanta morderle y decir que es tuyo.

Sus ojos fueron, desde el principio, tu perdición.

Jamás pudiste desconfiar de algo que dijera mirándote fijo.

Esa inocencia que guardaba, ese brillo suave, incluso, alguna vez le dijiste, que se veía más linda cuando lloraba.

Te encantaba, mientras la amabas, meter tus dedos entre sus cabellos, sentir su olor, te gustaba mirar su cara mientras sus gemidos te excitaban, bebías cada una de sus lágrimas nacidas de su orgasmo, te sentías Dios entre sus piernas…

Una mañana, despertaste enredado en su cuerpo y sentiste una tibia humedad en tu mejilla, con pesadez en todo el cuerpo te soltaste de sus amarres y caminaste casi a ciegas hasta el baño.

Prendiste la luz y te miraste al espejo.

Ahogaste un grito que habría aterrorizado a cualquiera.

Abriste los ojos hasta casi expulsarlos de tu rostro, te tallaste la cara una y otra vez, te revisaste el cuerpo a detalle…

Era sangre cubriéndote casi entero y no estabas herido, corriste a la cama más asustado que antes.

La miraste en medio de ese charco oscuro, parecía como si una luz se hubiera prestado a iluminar su pálida piel.

Parecía dormida.

Que coño había pasado?

Miraste su cuerpo intentando encontrar un motivo, un algo, un recuerdo…

Y nada.

Tu mente estaba en blanco.

Estaba de costado, con las rodillas juntas, las piernas dobladas, su brazo derecho cubriendo sus pechos y el izquierdo apenas se asomaba. Jamás habías visto un rojo tan intenso.

Enseguida sentiste nauseas y te tiraste en el piso.

Lo siguiente, fue despertar en aquel hospital, hediondo de antibióticos. Miraste mucha gente alrededor tuyo y por primera vez, sentiste los amarres de metal en tus tobillos y manos.

No entendiste nada, hasta que alguien te explicó.

Nooo! -Gritaste.- yo no le haría daño, no a ella!

Pero era cierto.

Había pruebas. Estabas tan asustado…

Comenzaste a temblar y vomitaste al imaginar la escena.

Perdido en un trance sicótico, tomaste el cuter que había dejado sobre sus planos sin terminar, lo pusiste bajo la almohada sin que lo notara y cuando le hacías el amor, lo sacaste.

Ella te miró con miedo y con una mano sostuviste las suyas arriba, mientras, entre gritos de horror y dolor, le clavabas la hoja de la navaja hasta perforarle el corazón…

Después, sin vida en su cuerpo, le cerraste los ojos y sacaste, primero, la enorme navaja, después, el órgano herido.

La acomodaste con calma, de un modo en que te fuera fácil amarrarte a ella después.

Así despertaste, bañado con su sangre.

Así empezó tu andar por los psiquiátricos, así llegaste a donde estabas.

La policía no dejaba de preguntar algo que solo recordaste al contar los ladrillos de aquella pared.

La respuesta estaba, en esa cajita, aquella que pusiste sobre tu buró antes de acostarte.

Esa tan perfectamente envuelta y adornada.

Esa que casualmente, alguien acababa de dejarte a un lado por que parecía un regalo y tenía tu nombre.

Por que hoy, es tu cumpleaños…

Ahí…


Ahí está su corazón.




Para pablo, en su cumpleaños.

28/08/2005